Érase una
vez, en un lugar muy muy cercano, una chiquilla que soñaba con ser princesa.
Los que
la rodeaban, aunque la quisieran con toda su alma, no daban un duro por que la
muchacha llegara a cumplir su sueño algún día. Seamos francos, no todos podemos
llegar a ser príncipes o princesas, y las circunstancias que rodeaban a la
joven en cuestión, no facilitaban mucho las cosas.
Pero la
niña, terca y voluntariosa como ella sola, decidió que los sueños se pueden
lograr y que la magia existe de verdad. Entonces, para asombro de allegados y
extraños, empezó a sortear barreras, una detrás de otra. Lo cierto es que para
los que ya la iban conociendo, el asombro no era tal, ya que la jovencita
prometía maneras y no parecía estar muy dispuesta a conformarse con el destino
designado de antemano para ella.
Con mucho
tesón y valentía (mucha, pero que mucha valentía, casi tozudez), comenzó a ir
cumpliendo sus sueños y a la par que lo conseguía, iba haciéndose un hueco en
el corazón de todo aquel que la rodeaba, por su descomunal coraje, ganas de
vivir y disfrutar con los demás y, sobre todo, por ese irrefrenable afán de no
echarse nunca para atrás.
A base de
empeño y de una bravura inversamente proporcional al tamaño de su pequeño
cuerpo, logró metas que nadie (que no la conociera, claro) hubiera imaginado
nunca. De esta manera, la muchacha, que por cierto aún no había dicho que se
llamaba Almudena (Almu para los amigos), empezó a convertirse en lo que desde
pequeña deseaba ser y encontró a su príncipe y se casó con él en el palacio
mejor del reino. Ni los más ancianos del lugar recuerdan una boda igual. El
glamur, la elegancia y, sobre todo, la felicidad, se desbordaron a raudales en
tan memorable cita.
Almu
había logrado ser princesa en aquel reino muy muy cercano. Porque quiso y porque
nunca se rindió. Porque lo merecía como nadie. Porque la magia existe… Soñó con
ser algún día princesa y lo consiguió. Muchos son los que sueñan con ello, pero
pocos son los que lo consiguen.
Y para
ser felices y comer… (ya se sabe a lo que obliga la tradicional rima, pero en
estos tiempos cada cuál es libre de buscar la felicidad comiendo lo que le
venga en gana) la princesa Almu y su príncipe, llamado Fermín, se fueron a
vivir a un castillo, desde cuyas almenas, se podía disfrutar de los más bellos amaneceres
del reino y las lunas más brillantes y espectaculares. Allí organizaría las
mejores fiestas que se podían ver en el reino, para deleite de los invitados.
Pocas cosas resultaban más apasionantes para la princesa que sorprender a los
demás con detalles de buen gusto y refinado glamur.
Muy pocos
saben sacar provecho de la vida como nuestra jovencita que llegó a ser
princesa, pero el destino, a veces injusto como la vida misma, le tenía reservada
una cruel sorpresa.
Como si los
ángeles del cielo le hubieran tenido envidia, igual que a la hermosa Annabel
Lee en el poema del gran Edgar Allan Poe, un viento partió de una oscura nube
una fría noche de diciembre, para helar el corazón de nuestra princesa y poner
fin a este cuento…
Los lugareños
del reino muy muy cercano lloramos la pérdida de tan querida princesa. Pero
siempre quedarán en nuestro corazón su sonrisa, su copa de vino y su muleta…
Un cuento
de Antonio Torres
En
memoria de mi querida amiga Almu.