“¡Somos
campeones, papá!”
—
¡Gooooooool!
¡Toma ya, el tercero!
No pudo evitar saltar del sillón, para celebrar un nuevo gol
de su equipo del alma. A pocos minutos para el final del partido, el resultado
de tres a cero a favor del Atlético de Madrid parecía definitivo. Esta vez no
se le iba a escapar el título de campeón de la Europa League.
—
Hoy
no ha tocado sufrir ¿eh, papá? No como otras veces…
Llevaba al cuello una bufanda rojiblanca de lana, con más
años que él, pero no era una bufanda cualquiera; era especial. Su padre ya la
había lucido en Lyon, hacía treinta y dos años, la misma ciudad y el mismo
estadio que ahora, en otra final europea del Atlético; aunque en aquella
ocasión con bastante menos suerte…
—
No
es la Champions, pero un título es un título ¿no crees? ¡Atleeeeeeeeeeeti,
Atleeeeeeeeeti!
Su rostro, entre la euforia y la emoción cuando el árbitro pitó
el final del partido; el Atlético, campeón.
Entonces se arrodilló en la alfombra del salón, frente a la
tele, y levantó su bufanda hacia el cielo, mientras unas lágrimas resbalaban por
su mejilla. Hubiera dado cualquier cosa por poder abrazar a su padre y celebrar
con él aquel momento. Pero ya habían pasado demasiados años desde que no podía
hacerlo y se tenía que conformar con ponerse su bufanda durante los partidos; con
comentar algunas jugadas con él, como si estuviera a su lado, escuchándolo; y,
sobre todo, con recordar tantos momentos de fútbol vividos con aquel hombre,
cuya pasión por el Atleti había heredado. Desde niño lo llevó al estadio Vicente
Calderón, y la semilla de ese sentimiento tal especial por un equipo germinó para
siempre en él.
Le debía muchas cosas a su padre y la devota afición por
estos colores era una de ellas.
—¡Somos campeones, papá!
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